Hope R. temía a las cenas navideñas con su familia. Su hermana mayor las arruinaba con comentarios burlones sobre casi todo lo que ella decía o hacía. Tras una cena especialmente cargada de insultos, el padre de Hope le pidió a su hija mayor que ofreciera disculpas o se marchara. Ella se fue, con su marido e hijos.

Fue entonces cuando Hope decidió poner fin a esa relación. Llevó 14 años y un diagnóstico de cáncer terminal para que las hermanas volvieran a hablarse.

ENEMIGOS CON LAZOS DE SANGRE

En muchas familias, llega un momento en que un miembro decide excluir a otro. A veces, la dinámica de la infancia da origen a un resentimiento tóxico. Alguien se da cuenta de pronto de que nunca le ha agradado la persona que se sienta del otro lado de la mesa y no ve ninguna razón para seguir cruzando la ciudad para ir a verla. Otras veces, las necesidades de un padre anciano, o la perspectiva de recibir una herencia, echan leña al fuego de la disfunción familiar.

Cuando Daniel Shaw, psicólogo de la Universidad de Pittsburgh, en los Estados Unidos, que estudia las relaciones entre hermanos durante la infancia, analizó este tema en un programa de radio, le sorprendió recibir llamadas de muchos adultos deseosos de hablar de su distanciamiento de una hermana o hermano. “Algo pasó y jamás se perdonaron el uno al otro —cuenta—, así que llamaban para decir que no se habían hablado en 20 o 30 años y que habían decidido perdonar”.

Hay quienes ocultan su distanciamiento porque explicarlo es difícil o vergonzoso. Cynthia Donnelly, una entrenadora personal de Nueva York, solía mentir. “Decía: ‘mi hermano es genial, bla, bla, bla’”, refiere. Hace tres años decidió romper con su hermano; al revisar su teléfono en un aeropuerto, leyó este mensaje de él: “Escúchame, si aún no has despegado, espero que tu avión se estrelle”. Aunque esa ruptura ha sido en parte un alivio, a Cynthia le duele lo ocurrido. “Es vergonzoso no saber qué decir cuando alguien me pregunta: ‘¿Por qué no os lleváis bien? ¿Cuál es el problema?’”, admite.

CUANDO LA RIVALIDAD SE VUELVE UN CONFLICTO

De niños, todos los hermanos y las hermanas pelean, por los juguetes, por el cruce de límites invisibles en el asiento trasero del coche o por lo que sea. “La capacidad de reñir con un hermano y resolver luego el conflicto es un gran logro del desarrollo”, explica la psicóloga Laurie Kramer, de la Universidad de Illinois. Katherine Conger, directora del Grupo de Estudios sobre la Familia en la Universidad de California en Davis, dice: “Los hermanos que nunca aprenden a dirimir sus diferencias corren alto riesgo de distanciarse una vez sean adultos. No tienen ningún incentivo para seguir en contacto; su único deseo es mantenerse alejados”.

Hay dos tipos de personalidad que parecen predisponer al distanciamiento entre hermanos: los que son extremadamente hostiles y los recolectores de quejas, como los llama la psicoterapeuta neoyorquina Jeanne Safer. “Estos son los que dicen: ‘Nunca me dijiste gracias por las flores que te di en 1982’. Eso agota mucho a la gente”.

EL PREFERIDO DE MAMÁ

En cierta medida, la evolución tiene la culpa. Los hermanos están programados para ser rivales y competir por uno de los recursos más cruciales de la vida: la atención paterna. “Hace 200 años, la mitad de los niños no pasaba de la infancia”, dice Frank Sulloway, profesor de psicología en la Universidad de California en Berkeley. “La intensidad de la competencia entre hermanos cobra mucho más sentido cuando una diferencia mínima en el favoritismo de los padres puede determinar, por ejemplo, que un niño sea llevado o no al médico”.

Entre el 66% y el 75% de las madres tienen un hijo preferido, según una encuesta realizada por la Universidad de Oakland. Cuando el favoritismo es evidente o se interpreta como tal, los hermanos son más propensos a distanciarse. Sin embargo, muchos adultos rechazan la idea de ser el hijo desfavorecido; otros dejan que la llaga supure. La diferencia radica en cómo los hermanos perciben su vida adulta, dice el psicólogo Joshua Coleman. Las personas que tienen éxito en su profesión y llevan una vida satisfactoria tienden menos a rumiar el pasado e incluso disfrutan haber superado su reputación de “desvalido”.

¿ROMPER O REPARAR?

Distanciarse por completo de un hermano, por muy justificado que parezca, tiene repercusiones serias, afirma Safer. Quien inicia el distanciamiento suele sentir un profundo pesar después. “Tenemos a nuestros padres 30, 40 o 50 años, y a nuestros hermanos, entre 50 y 80 años”, dice. “Un hermano es la única persona que recuerda tu infancia, ¿y no tienes nada que decirle? Es trágico”.

Todas las personas entrevistadas para este artículo dicen que se reconciliarían con sus hermanos si ellos se disculparan y estuvieran dispuestos a empezar de nuevo. Hope R. experimentó eso, aunque fue a raíz de una desgracia; a su hermana le diagnosticaron un cáncer terminal en 2014. Hope voló a Denver para visitarla. “Cuando entré a la casa de mis padres, ella se alegró de verme”, cuenta. Su hermana se disculpó por haberla tratado tan mal. Ahora, hablan una vez a la semana. “Me alegra que su corazón haya cambiado —dice Hope—, pero lamento las circunstancias porque le queda menos de un año de vida, y las dos desperdiciamos muchos años”.

Esto demuestra que incluso los hermanos que llevan una mala relación sienten apego el uno por el otro. “La otra persona sabe cómo se pone tu madre cuando está haciendo las maletas para un viaje, o cuando tu coche está fallando”, señala. “Ese conjunto de experiencias compartidas y la comprensión mutua tienen una fuerza enorme”.

 

Fuente: Psychology today.

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